Me llama la atención que las personas rompan con sus
respectivas parejas de manera tajante y absoluta, y no suceda igual con
las relaciones amistosas, al menos generalmente, convirtiéndose
algunas de ellas en auténticas momias de museo arqueológico,
fuertemente desgastadas por el paso del tiempo.
En las primeras, unas veces de manera amistosa y meditada, otras de forma brusca y quizás inesperada e indeseada por uno de los miembros de la pareja, el vínculo establecido entre dos personas, que presumiblemente se quisieron en algún momento, se quiebra y los componentes son inmediatamente liberados de un proyecto que no funcionaba. “Single” de nuevo, los dos.
Esta no suele ser la dinámica en el caso de las relaciones amistosas.
Puede que se deba a que son menos exigentes y a que no se les dé el
mismo grado de importancia que a una relación amorosa, precisamente
porque esta segunda sólo puede darse, en principio, con una única
persona exclusivamente.
En ocasiones notamos que alguien de nuestro círculo más cercano nos aporta más negatividad que buenas vibraciones. “No sé por qué lo aguanto a veces. Si fuera mi pareja, lo habría mandado a tomar viento hace años”. ¿Qué nos frena a hacer lo mismo?
Seguramente el término “amigo” esté altamente prostituido. A ello contribuye, en la actualidad, la trivialización del mismo en redes sociales, donde uno puede contar tranquilamente con un millar de amistades. No hay por qué alarmarse:
mientras no se alcance la cifra tope de cinco mil “amigos”, nuestro
perfil no nos planteará ningún problema de admisión a nuevos miembros en
nuestro propio circo mediático.
Por no hablar de la socorrida frase atenuante tras una ruptura sentimental: “Lo hemos dejado, pero hemos quedado como amigos”. Seguro que tu
ex, ahora flamante amigo, estará encantado de escuchar, con todo lujo
de detalles, la historia de la última persona con la que te acostaste y
con la que planeas iniciar un romántico affaire.
A nadie se le ocurriría banalizar con palabras como
“pareja” o “novio/a”, o incluso “amante”: cada una de ellas se emplea de
manera especial y no se toma a la ligera, pero generalmente no sucede así con la palabra
“amigo” o “amistad”, definida por la RAE como “afecto personal, puro y
desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con
el trato”.
En la actualidad, parece cada vez más aceptado que alguien no tenga
pareja. Nos parece algo natural y a nadie se le debería ocurrir burlarse
de una persona por el hecho de que esté soltera. Pero pobre de aquel que no tenga amigos. Menudo bicho raro.
Alguien podría argumentar que es probable que estas personas elijan
cautelosamente con quien ocupan su tiempo, y quizás les baste con su
mundo interior, sus relaciones familiares y/o su pareja, que no es poco,
sumado a los contactos sociales que ya de por sí mantenemos
irremediablemente en nuestra existencia diaria: el trato ineludible con
los compañeros de trabajo, la dependienta con la que hablamos día a día
en la panadería, o el fisioterapeuta que semanalmente alivia nuestro
dolor de espalda. Pues no, en la sociedad actual esto no parece
suficiente. Más es más, y cuantos más eventos y más personas
revoloteando a nuestro alrededor, mejor.
No obstante, observo frecuentemente que cuando un amigo pasa a un estadio más íntimo con otra persona, llamémosle relación sentimental, los
dos recién enamorados se vuelcan totalmente el uno con el otro,
llegando a desaparecer del mapa, olvidando así su mundo social anterior y con él, a las supuestas amistades. “No tengo tiempo” es lo que normalmente contesta cuando reclamo su atención. ¿Acaso es la amistad un sustituto pasajero hasta que llega el verdadero amor?
Compatibilizar y alternar momentos de amor en pareja con momentos de amistad verdadera parece el ideal,
pero en los tiempos que vivimos, con numerosas obligaciones y escasez
de tiempo libre para compartir con los demás, ¿cuál anteponemos?
Una amistad puede terminar deteriorándose por la distancia,
la disparidad de aficiones, que cambian con el tiempo, y especialmente
por la evolución personal de cada uno. Con el deterioro, si bien no hay mal rollo aparente, el pasotismo es mutuo y los dos antiguos grandes amigos pasan inexorablemente a convertirse en meros conocidos.
¿Se rompe con los amigos de la misma forma que con las parejas? Lindezas como “No me aportas lo suficiente” o “No tenemos casi nada en común”
son razones socialmente aceptadas a la hora de querer poner punto y
final con un novio/a para seguir adelante por caminos diferentes. Es de
suponer que también deberían valer para nuestros amigos más íntimos.
En teoría, el amor no se busca, y obviamente la familia no se elige, pero se suele decir que los amigos sí son fruto de elección.
En ocasiones, conocimos a nuestros amigos hace ya mucho tiempo, durante
el cual hemos crecido y evolucionado, separándonos cada vez más unos de
otros, pero seguimos enquistados en este tipo de relaciones, muchas
veces por inercia.
El tiempo es oro y no podemos permitirnos el lujo de perderlo
con cualquiera, por muy buenos momentos que pasáramos en el pasado. De
recuerdos no vive una relación, cualquiera que sea.
Los años pasan y hay
que aceptar y aprender a pasar página. ¿Amigos para siempre? Por
compromiso no, gracias.
(Artículo publicado en AllegraMag)
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